jueves, 30 de julio de 2009

Anécdota01

Normalmente no me importa que una historia sea ficticia o no, ni como escritor ni como lector. Al fin y al cabo lo relevante es que alguien ha considerado esa historia como transmisible, como digna de ser leída o escuchada. Esta historia es real, es más, lo acabo de vivenciar hace menos de veinte minutos.

Estaba yo sentado comiendo un bocadillo en un bar, en el borde de la barra y me hallaba observando a un hombre quien con agitación y premura insertaba monedas para que una máquina le diese la posibilidad de jugarse el dinero. El hombre se encontraba absorto entre lucecitas y botones. Para cualquier español medio, esto es una trivialidad, y estaría de acuerdo con él si no fuera por lo siguiente.

Llegado un momento en el que al individuo se le acabaron las monedas, hubo de darse media vuelta y dirigirse hasta la barra del bar. Una vez allí le dijo a uno de los camareros (eran dos):
-¿Me das cambio de diez?

De tal manera que el camarero se volteó sin esperar a que el jugador le diera el billete para poder devolverle el cambio lo más rápido posible, a este camarero le llamaré: Camarero 1. El otro camarero, que por lógica será: Camarero 2; se acercó para recoger el billete del hombre, y tal billete era de 20 euros.

En seguida llegó el Camarero 1 con diez monedas de 1 euro que entregó al solicitante. Y el Camarero 2 al darse cuenta de que faltaban 10 euros por devolver, dubitativo se lo comentó a su compañero a la par que agarraba un billete de 10 euros de la caja. El compañero (Camarero 1) inmediatamente corrigió el error del otro camarero y en vez de coger un billete de 10 cogió otras diez monedas de 1 euro. El Camarero 2 calló y continuó su trabajo. El Camarero 1 acabó dándole 20 monedas de 1 euro al jugador.

No sé si habrá quedado clara la jugada. Yo la vi como la luz del día. El caso es que al poco llegó un amigo del Camarero 1, quien pidió una cerveza. Estaban hablando tranquilamente y este amigo se quedó, como a mí a veces me pasa, embobado mirando a las lucecitas de la máquina mientras el jugador continuamente insertaba monedas y presionaba botones. Al darse cuenta el Camarero 1, que era de todo menos tonto, de lo que sucedía, exclamó:

-¡Deja de mirar ya a la máquina! Que te va mucho eso a ti de la máquina. Acuérdate de lo que le pasó ayer a tu amigo, que echó, echó y nada le devolvió. Olvídate de la máquina.

Y así el Camarero 1 rescató del encanto a su amigo.

No tengo ni idea de si quedó claro el asunto, pero lo conté tal y como me ha sucedido. Quizá añadir que desconozco, porque en seguida me marché, si el jugador traspasaría la barrera de los 11 euros, pero dudo que no lo hiciese.

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